domingo, 12 de abril de 2015

SABIDURÍA MENTAL. CÓMO CONOCER LO QUE LOS DEMÁS CREEN, SIENTEN Y DESEAN II


Nicholas Epley, en su libro “Mindwise. How we understand what others think, believe, feel and want” que estamos comentando, plantea que,  normalmente,  estamos muy centrados en nosotros mismos y pensamos que los demás también lo están en nosotros. Ésta es la primera trampa en la que caemos cuando queremos entender a otras personas. Para evitarla debemos ser capaces de ir más allá de nuestras creencias, actitudes, experiencias, emociones, conocimientos y perspectivas visuales para reconocer que los otros pueden ver el mundo de forma diferente a la nuestra. Como defendía Galileo, si queremos tener una visión real del mundo tenemos que mirar en la dirección adecuada y visualizarlo con la lente correcta.

Entender que los demás pueden tener distintos puntos de vista a los nuestros es algo que vamos aprendiendo al madurar. En la infancia estamos muy centrados en nosotros mismos. Jean Piaget sentaba a seis niños pequeños en un lado de un modelo compuesto por tres montañas y les preguntaba lo que una muñeca colocada en el lado opuesto podía ver. La respuesta, casi unánime, era que ésta podía ver lo que ellos podían ver. Crecer implica aprender, a veces dolorosamente, que nuestra perspectiva del mundo puede ser única y que los otros no tienen por qué compartirla.

Aunque las teorías de Piaget sobre que los niños son más egocéntricos que los adultos son correctas, los psicólogos piensan actualmente que estaba equivocado al menos en un aspecto crítico: Piaget pensaba que los cambios durante el desarrollo reflejaban una especie de metamorfosis y que los adultos superaban el egocentrismo y éste rara vez resurgía. La realidad muestra que muchos de los reflejos y reacciones observadas en los niños que se supone que se superan con la edad están presentes en los adultos. Los instintos de la niñez no tienen por qué desaparecer, pero si son matizados por el pensamiento más reflexivo de los adultos. Por ejemplo cuando compramos un regalo para nuestra pareja sabemos que debemos considerar sus gustos más que los nuestros, aunque las investigaciones demuestran que nuestras preferencias van a modelar los regalos que vamos a elegir.
La buena noticia es que, lo anteriormente expuesto, muestra que nuestras mentes se mantienen, al menos en estos aspectos, siempre jóvenes. La mala noticia es que los errores infantiles pueden reproducirse en la edad adulta, especialmente en dos formas sutiles:

1.- Cada persona puede estar prestando atención a cosas distintas. La información recibida puede interpretarse de forma diferente en función de los aspectos en que nos centremos.

Una consecuencia de estar en el centro de nuestro propio universo es sobreestimar nuestra importancia en el mismo. En estudios realizados con parejas en los que se les pedía su valoración de su implicación en determinadas tareas se ha comprobado que tendemos a sobrevalorar nuestras aportaciones y éstas no suelen coincidir con la opinión de la otra parte de la pareja. Pensar que los demás tienen que  concedernos más crédito que el que nos dan es sólo una pequeña parte de nuestras tendencias egocéntricas.  En casos extremos podemos caer en la paranoia y creer que los demás están pensando en nosotros, hablando sobre nosotros y prestándonos atención cuando no lo están haciendo. Todos hemos experimentado esta sensación en alguna ocasión: si hemos resbalado en el hielo y nos hemos caído podemos habernos sentidos más dolidos por la vergüenza que por el daño que nos hemos podido hacer.

Esta es la causa por la que hablar en público con frecuencia es considerada por las personas como una de las experiencias más terroríficas. Epley, junto a Tom Gilovich y Ken Savitsky, durante varios años han estudiado la reacción de las audiencias ante distintas experiencias embarazosas. En todos los casos analizados los que eran sometidos a estas situaciones sobreestimaban la dureza de los juicios de los demás al evaluarles.

Es importante que no olvidemos el siguiente dicho popular: “Sé quién eres y dí lo que piensas porque aquellos a los que les moleste no importan y a aquellos a los que no les molesta son los que importan”.

2.- Cada persona puede estar prestando atención a la misma cosa pero evaluándola de forma distinta. Un miembro de Al Qaeda al ver las torres ardiendo del World Trade Center evaluaría el hecho de forma diferente que un ciudadano de Estados Unidos. Cada persona posee una perspectiva única del mundo, fruto de la lente creada por nuestras creencias, actitudes, conocimientos y emociones a través de la cual interpretamos el mundo. Esta lente puede diferir de la de los demás ocasionando que podamos mirar al mismo objeto u hecho e interpretarlo de forma muy distinta a la de los demás.

El mirar a través de una lente significa, también, que resulta complicado saber cuando nuestra propia visión está distorsionada por ella. Al leer una noticia podemos pensar que el periódico tiene determinados sesgos cuando en realidad los prejuicios pueden existir sólo en nuestra mente. 

La consecuencia más natural del problema de la lente es asumir que los otros van a interpretar el mundo de la misma forma que lo hacemos nosotros, porque no podemos identificar exactamente cómo nuestra interpretación está siendo condicionada por la lente por la que la miramos. Podemos observar esta consecuencia si preguntamos a los otros lo que piensan, creen, sienten o conocen sobre cualquier tema. Si preferimos el pan blanco podemos pensar que a los demás les pasa lo mismo, pero pueden elegir el integral mejor.

Otro fenómeno, relacionado con el problema de la lente, que puede aparecer,  es lo que los psicólogos llaman la “maldición del conocimiento”. El conocimiento es una maldición porque una vez lo poseemos no podemos imaginar cómo es el no tenerlo. La lente del experto funciona como un microscopio que nos permite captar detalles sutiles que un novato no puede ver, pero estrechando nuestro foco de forma que podemos llegar a perder la visión más global y hacer que tengamos dificultades para comprender la perspectiva  del novato. Para corregir esta lente primero tenemos que ser conscientes de su influencia. El problema está en saber discernir cuando estamos siendo afectados por el factor “experto” y cuando no, para darnos cuenta de que lo que está claro para nosotros puede no ser obvio para los demás.

Todos nosotros somos expertos en algún área, pero todos somos expertos en nosotros mismos. Vivimos, trabajamos, dormimos con nosotros todos los días. Nadie en el mundo sabe tanto sobre nosotros como nosotros, lo que explica el por qué en muchas ocasiones tenemos dificultades para comprender lo que los demás piensan de nosotros. No resulta imposible saber lo que los demás piensan de nosotros pero requiere que utilicemos la misma lente que los otros están utilizando para evaluarnos. Éstos generalmente nos conocen menos por lo que tenemos que abandonar la lente microscópica con la que nos miramos y pensar cómo la otra persona nos evaluará comparándonos con otros, no cómo lo hará considerando nuestro pasado.

El autor plantea que si queremos vencer el “problema de la lente” no lo haremos intentando imaginar la perspectiva de la otra persona, sino sintiendo y viviendo esa perspectiva o hablando directamente con alguien que ha estado en ella.

Otra trampa en la que, según Epley, caemos cuando queremos entender a los demás es EL USO Y ABUSO DE LOS ESTEREOTIPOS, entendidos éstos como el conjunto de creencias sobre las características de un grupo. Estas creencias no surgen de la nada sino que reflejan los esfuerzos de nuestra mente para extraer tendencias medias de un mundo complicado, utilizando nuestras observaciones y las de los demás para hacer inferencias sobre las mentes de los demás.

Los estereotipos más usuales con frecuencia nos acercan a los pensamientos de los demás al identificar aspectos comunes medios de los grupos pero originan numerosos errores también. Raramente son completamente exactos o inexactos.

Los fallos más frecuentes que cometemos al utilizar estereotipos son:

1.- Obtener información escasa. Estadísticos brillantes pueden parecer estúpidos si realizan análisis con datos incompletos. Cada uno de nosotros contacta con un número limitado de personas, escucha fragmentos seleccionados de información de distintas fuentes y habla con un pequeño grupo de amigos que suelen opinar de manera similar a nosotros. Peor aún, algunas de nuestras creencias sobre los demás proceden no de la observación directa sino que son aprendidas a través de historias narradas por nuestra familia, amigos o conocidos. Nuestra mente analiza, después, esta serie de datos que pueden no ser muy exactos.

En general los estereotipos suelen ser más acertados cuando hemos tenido una experiencia directa con un grupo ( por pertenecer a él, por ejemplo) o si tenemos en cuenta comportamientos visibles y no actitudes, creencias o intenciones. Los estereotipos sobre grupos mayoritarios tiende a ser, también, más exactos que sobre los minoritarios, ya que facilitan más evidencias que se pueden observar. Por el contrario la comunicación con personas por vías que ofrecen muy escasa información tales como twitter, los mensajes por móvil o el correo electrónico generan los entornos perniciosos en los que los estereotipos erróneos pueden persistir con más fuerza. Cuanto menos sepamos, más confusión crearán  los estereotipos. Esto que parece obvio desde un punto teórico es difícil de reconocer en nuestra vida diaria porque no sabemos qué datos nos faltan. Si consideramos un estereotipo común como es el que las mujeres son más emocionales que los hombres,  parece que se confirma ya que las mujeres sonríen, lloran y ríen con más frecuencia que los hombres. Parece que sienten con más fuerza que los hombres. Pero la realidad es que no tenemos un acceso directo a las mentes del hombre o mujer medio para saber si esto es cierto o lo que estamos es observando una manifestación externa de unos sentimientos. Las investigaciones analizando la actividad cerebral muestran que los hombres y las mujeres observando las mismas escenas muestran las mismas reacciones emocionales y de similar intensidad. En lo que difieren es en la expresión externa de sus emociones, por lo que  los observadores interpretan que las mujeres sienten con más profundidad porque están mostrando más emociones. Los estereotipos nos confunden en este caso porque están basados en expresiones externas que podemos ver y no en experiencias que se mantienen invisibles.

2.- Definir a los grupos por sus diferencias. El estar expuestos a más evidencias podría llegar a equilibrar nuestros estereotipos si prestásemos la misma atención a toda la evidencia que tenemos ante nosotros. Lo que ocurre es que normalmente no lo hacemos y tendemos a ignorar algunas informaciones. Las similitudes son aburridas, mientras que las diferencias son más interesantes. Somos conscientes de los grupos, con frecuencia, cuando detectamos diferencias: hombres y mujeres, ricos y pobres, jóvenes y ancianos, …Detectar estas diferencias entre los grupos no tiene por qué ser un problema a la hora de utilizar estereotipos pero el definir los grupos por sus diferencias sí lo puede ser, ya que , en estos casos podemos tender a exagerar la diferencia entre los grupos cuando la realidad no está clara o a intentar que todos los casos que puedan ser considerados “borderline” se estrujen para intentar adaptarlos a la definición que hemos hecho del grupo o a interpretar erróneamente la magnitud de las diferencias.

Cualquier estudiante en una clase sobre negociación aprende que el secreto para resolver disputas está en reconocer que los otros puede ser que no tengan intereses completamente opuestos a los nuestros y que tenemos más intereses comunes de los que creíamos y que esta circunstancia obliga a que debamos discutir abiertamente cuáles son los intereses de todas las partes, identificar coincidencias y posteriormente contemplar soluciones integradoras que maximicen los beneficios para todos los implicados. Lamentablemente las negociaciones sobre nuestras diferencias raramente finalizan de forma tan sensata. Cuando los grupos se definen por sus diferencias, el conflicto surge por las diferencias que imaginamos, suponemos o esperamos de los demás ya que no tenemos en cuenta las genuinas diferencias que realmente existen que suelen ser más moderadas. Cuando los grupos  son definidos por sus diferencias, las personas piensan que tienen menos en común con las personas de otras razas, géneros, religiones, que lo que realmente tienen y en consecuencia, pueden llegar hasta evitar hablar con ellas.


3.- La incapacidad de captar de forma directa las verdaderas causas de los elementos diferenciadores de un grupo. Ignorar las diferencias reales de un grupo es tan erróneo como exagerarlas. El problema está, con frecuencia, en explicar la razón de esas diferencias., ya que podemos identificarlas correctamente, con su magnitud exacta pero podemos equivocarnos a la hora de explicar sus causas. 

1 comentario:

  1. Excelente blog, los intivamos a ver los articulos de nuestro espero puedan servirles de algo http://noalcomunismonialcapitalismo.blogspot.com/2015/03/cuando-se-acaba-el-liderazgo.html

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